lunes, 30 de marzo de 2015

La sociedad digital es un árbol de palabras


 De Babel a Eiffel: Árboles en llamas, torres volátiles*


(En ocasión del 126 aniversario de la inauguración de la Torre Eiffel, el 31 de marzo de 1889) 
En unos tiempos inolvidables, algunos héroes quisieron construir juntos una torre alta. llegados de tierras dispares y hablando idiomas intraducibles, no pudieron lograrlo. Sin comprensión, no hay equipo posible; sin colectivo, no hay edificio. La torre de Babel apenas se levantó. Pasaron miles de años.
Desde que en Israel, a Babilonia o hacia Alejandría, o profestas o escribas lograron escribir, una cantidad de equipos se hicieron posibles y la pirámide se alzó, así como el templo y el zigurat. Se terminaron. Pasaron miles de años.

Una mañana, en París, una concentración humana llamada Exposición Universal dio lugar a un ensayo semejante. Sobre su página, una cabeza experta diseño un plan y, después de haber elegido los materiales, calculó su resistencia y entrelazó travesaños de acero hasta 300 metros de altura. 

Desde entonces, la torre Eiffel cuida la margen izquierda del río Sena.
Desde las pirámides de Egipto hasta ella –las primeras de piedra; la última de acero--, la forma global permanece estable; estable en el estado, estable como el Estado, estos dos términos no hacen sino uno. El equilibrio de estática reúne el modelo del poder, invariante a través de diez variaciones aparentes, religiosas, militares, económicas, financieras, expertas... poder siempre detentado por algunos, allá arriba, unidos de cerca por el dinero, la fuerza armada u otros aparatos apropiados para dominar una base amplia y baja. Entre el monstruo de roca y el dinosaurio de acero...
Keops, Eiffel, el mismo Estado.


Michel Authier, genial consultor informático, junto conmigo, su asistente, proyectamos encender un fuego o plantar un árbol frente a la torre Eiffel, sobre la margen derecha del Sena. En computadoras dispersas aquí o allá, cada uno introducirá su pasaporte, su Ka, imagen anónima e individualizada, su identidad codificada, de manera tal que una luz láser, floreciente y colorida, que sale del suelo y reproduce la suma innumerable de esas cartas, mostrará la imagen exuberante de la colectividad, así formada de manera virtual (...)
En este alto icono, tal alto como la torre, las características comunes se reunirán en una suerte de tronco, las mapas raras en las ramas y las excepcionales en el follaje y en los brotes. Pero como esa suma no dejaría de cambiar, como cada uno con cada uno y uno después de otro, se transformaría día tras día, el árbol así erigido vibraria a lo loco, como inflamado por llamas danzantes.

Frente a la torre inmóvil, férrea, que lleva, orgullosa, el nombre del autor y que se olvida de los miles que lucharon en esta obra, algunos de los cuales murieron; frente a la torre portadora, en lo alto, de uno de los emisores de la voz de su señor, bailará, agitada, desnuda, abigarrada, mosaica, musical, caleidoscópica, una torre voluble, con llamitas de luz cromática, que representan al colectivo conectado, tanto más real, por los datos de cada uno, tanto que se presentará como virtual, paticipativa –decisoria cuando se quiera--. Volátil, viva y suave, la sociedad de hoy arroja mil lenguas de fuego al mosntruo de ayer y de antaño, duro, piramidal y helado. Muerto.
Babel, estadio oral, no hay torre. Desde las pirámides a Eiffel, estadio escrito, Estado estable. Árbol en llamas, novedad vivaz.
Michel Serres





*Tomado de: Michel Serres/Pulgarcita/Fondo de Cultura Económica/ México: 2013/pp.94-98


www.antoniotenorio.com


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