La tecnología como vocación de la humanidad
Si volvemos a consideraciones estrictamente
humanas, observamos un nuevo aspecto
ético en el crecimiento de la techne en
cuanto aspiración humana, crecimiento que rebasa las metas pragmáticamente limitadas de los otros tiempos. Por aquel
entonces así lo hemos visto, la técnica era un dosificado tributo pagado a la
necesidad, no el camino conducente a la meta elegida de la humanidad; era un
medio con un grado finito de la adecuación a fines próximos bien definidos.
Hoy la techne,
en su forma de técnica moderna, se ha transformado en un infinito impulso hacia delante de la especie, en su empresa
más importante, en cuyo continuo progresar que se supera a sí mismo hacia las
cosas cada vez más grandes se intenta ver la misión de la humanidad, y cuyo
éxito el lograra el máximo dominio sobre las cosas y los propios hombres se
presente sobre la realización de su destino.
De este modo el triunfo del Homo Faber sobre su objetivo externo representa, al mismo
tiempo, su triunfo dentro de la constitución intima del Homo Sapiens, del cual
solía ser en otros tiempos servidor.
En otras palabras, incluso independientemente
de sus obras objetiva, la tecnología cobra significación ética por el lugar
central que ocupa ahora en la vida de los fines subjetivos del hombre.
La acumulativa creación tecnológica- es
decir, el mundo artificial que va extendiéndose-intensifica en un constante
efecto retroactivo las fuerzas concretas que la han producido; lo ya creado
exige su siempre nueva capacidad inventada para su conservación de ulterior
desarrollo, recompensándola con un éxito aumentado que, a su vez, contribuya a
que surja aquella imperiosa exigencia.
Este Feed-back positivo de necesidad
funcional y recompensa- en cuya dinámica no hay que olvidar el orgullo por los
logros alcanzados- alimenta la creciente superioridad de un aspecto de la
naturaleza humana sobre todos los demás y lo hace inevitablemente acosta de
ellos. Si bien nada tiene tanto éxito como el éxito, nada nos atenaza tanto
como el la ampliación del poder del hombre sobre pasa el prestigio a todo lo
demás que pertenece a su plenitud humana; y así, esa ampliación, sometiendo más
y más las fuerzas de los hombres a su empeño, va acompañada de una contracción
de su ser y de su concepto de sí.
En la imagen de que sí mismo sustenta- la
idea programática que determina su ser actual tanto como lo refleja- el hombres
es ahora cada vez más el productor de aquello que él ha producido, el hacedor
de aquello que él puede hacer y, sobre todo, el preparador que aquello que en
breve él será capaz de hacer.
Pero ¿quién es ese él? <él> no vosotros o yo. Son el actor colectivo y el acto
colectivo, no el actor individual y el acto individual, lo que aquí representan
un papel; y es el futuro indeterminado
más que el espacio contemporáneo de la acción en que nos proporciona el
horizonte significativo de la responsabilidad.
Esto exige una nueva clase de
imperativos. Sí la esfera de la producción ha invadido el espacio de la acción
esencial, la moral tendrá entonces que invadir la esfera de la producción, de
la que anteriormente se mantuvo alejada, y habrá de hacerlo en la forma de
política pública.
Nunca antes tuvo esta parte algunas en
cuestiones de tal alcance y en proyectos a tan largo plazo. De hecho la esencia
modificada de la acción humana modifica la esencia básica de la política.
Texto tomado de: Hans Jonas El principio de la responsabilidad “Ensayo
de una Ética para la civilización tecnología” Ed. Herder Barcelona 1995
pp.36-37.
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