De Babel a Eiffel: Árboles en llamas,
torres volátiles*
(En ocasión del 126 aniversario de la inauguración de la Torre Eiffel, el 31 de marzo de 1889)
En unos tiempos inolvidables, algunos héroes quisieron construir juntos una torre alta. llegados de tierras dispares y hablando idiomas intraducibles, no pudieron lograrlo. Sin comprensión, no hay equipo posible; sin colectivo, no hay edificio. La torre de Babel apenas se levantó. Pasaron miles de años.
Desde que en Israel, a Babilonia o
hacia Alejandría, o profestas o escribas lograron escribir, una cantidad de
equipos se hicieron posibles y la pirámide se alzó, así como el templo y el
zigurat. Se terminaron. Pasaron miles de años.
Una mañana, en París, una
concentración humana llamada Exposición Universal dio lugar a un ensayo
semejante. Sobre su página, una cabeza experta diseño un plan y, después de
haber elegido los materiales, calculó su resistencia y entrelazó travesaños de
acero hasta 300 metros de altura.
Desde entonces, la torre Eiffel cuida la
margen izquierda del río Sena.
Desde las pirámides de Egipto hasta
ella –las primeras de piedra; la última de acero--, la forma global permanece
estable; estable en el estado, estable como el Estado, estos dos términos no
hacen sino uno. El equilibrio de estática reúne el modelo del poder, invariante
a través de diez variaciones aparentes, religiosas, militares, económicas,
financieras, expertas... poder siempre detentado por algunos, allá arriba,
unidos de cerca por el dinero, la fuerza armada u otros aparatos apropiados
para dominar una base amplia y baja. Entre el monstruo de roca y el dinosaurio
de acero...
Keops, Eiffel, el mismo Estado.
Michel Authier, genial consultor
informático, junto conmigo, su asistente, proyectamos encender un fuego o
plantar un árbol frente a la torre Eiffel, sobre la margen derecha del Sena. En computadoras dispersas aquí o allá, cada uno introducirá su pasaporte, su Ka, imagen anónima e individualizada, su identidad codificada, de manera tal que una luz
láser, floreciente y colorida, que sale del suelo y reproduce la suma
innumerable de esas cartas, mostrará la imagen exuberante de la colectividad,
así formada de manera virtual (...)
En este alto icono, tal alto como la
torre, las características comunes se reunirán en una suerte de tronco, las
mapas raras en las ramas y las excepcionales en el follaje y en los brotes. Pero
como esa suma no dejaría de cambiar, como cada uno con cada uno y uno después
de otro, se transformaría día tras día, el árbol así erigido vibraria a lo
loco, como inflamado por llamas danzantes.
Frente a la torre inmóvil, férrea, que
lleva, orgullosa, el nombre del autor y que se olvida de los miles que lucharon
en esta obra, algunos de los cuales murieron; frente a la torre portadora, en
lo alto, de uno de los emisores de la voz de su señor, bailará, agitada,
desnuda, abigarrada, mosaica, musical, caleidoscópica, una torre voluble, con
llamitas de luz cromática, que representan al colectivo conectado, tanto más
real, por los datos de cada uno, tanto que se presentará como virtual,
paticipativa –decisoria cuando se quiera--. Volátil, viva y suave, la sociedad
de hoy arroja mil lenguas de fuego al mosntruo de ayer y de antaño, duro,
piramidal y helado. Muerto.
Babel, estadio oral, no hay torre.
Desde las pirámides a Eiffel, estadio escrito, Estado estable. Árbol en llamas,
novedad vivaz.
Michel Serres
*Tomado de: Michel Serres/Pulgarcita/Fondo
de Cultura Económica/ México: 2013/pp.94-98