Bibliotecas, memoria, ruido, radio y silencio
ANTONIO TENORIO
UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA
JUNIO 2015
Agradezco en todo lo que vale la invitación que se me ha hecho para estar esta mañana con ustedes. Me siento muy emocionado de volver a esta biblioteca en la que ustedes me dieron la oportunidad de aprender cosas fundamentales. Es un honor.
- 0. Una imagen
En plena Primera Guerra Mundial, hundido en el lodo, el frío y la oscura desesperanza de una trinchera, un soldado canadiense recuerda a la bibliotecaria de su pueblo natal. Decide entonces dedicar las horas entre combate y combate a escribirle. Sorprendida, e incluso temerosa al principio, Louisa decide responder la misiva. Con el pasar de los meses, se hacen amigos al grado de que ella accede enviarle al frente de batalla, una foto que se hace especialmente para él.
Pinta más o menos así la Nobel Alice Munro a los personajes centrales, Arthur y Louisa, de su relato Entusiasmo. El recuerdo de él, luchando como dice por mantenerse vivo cada día, es más nítido y claro que el de ella. Arthur recuerda con claridad los rasgos de la bibliotecaria; ella no los de él. A tal grado que, aun cuando espera su regreso, cual Penélope en el frío Ontario, cuando él vuelve de la guerra ella no lo reconoce.
- 1. Una más que breve historia del silencio
He querido comenzar con este pasaje, no con un afán de idealizar la figura del o la bibliotecaria como personaje central en la vida de los pequeños pueblos, y aun de las ciudades, de los Estados Unidos y Canadá. Sino porque entre los recuerdos que Arthur lleva a la guerra, está el de la bibliotecaria ordenando en silencio los libros en los estantes. Orden y silencio. Orden para que luego el propio Arthur pudiese encontrar los libros; silencio, cual contrapartida del estruendo monstruoso que deben haber sido las trincheras de la Primera Guerra Mundial.
En la idea tradicional que tenemos de biblioteca, quien trabaja en ella es un guardián de estos rasgos eslabonados de modo indisoluble en el recuerdo con el que, sin saberlo él, Arthur parte de Ontario hacia los fríos campos de combate en Europa. Silencio y orden.
Y hoy, abusando de su generosidad, y sabiendo de antemano que el propósito es ya de suyo un contrasentido, quiero hablar en particular del silencio, su relación con las bibliotecas, con la radio y con la ruidosa experiencia en la que se ha convertido el laboratorio moderno de nuestra contemporaneidad.
Prácticamente todas las cosmogonías de los pueblos antiguos coinciden en un describir un estado primigenio roto por una irrupción. No sabemos, pues, a ciencia cierta cuánto pudo durar la historia del puro silencio. Ni siquiera si éste en realidad ocurrió, así, exactamente así, como absoluto, alguna vez.
Sabemos, sí, al menos desde el punto de vista de la tradición cristiana, que hubo un "antes" de la enunciación genésica. Y que entonces, en algún momento, de acuerdo con las escrituras, irrumpió el único decir que dice y hace, y se hizo la luz y luego todo lo demás.
Y aunque suele atribuirse al propio acto creador el origen de la tradición fonologocéntrica de Occidente, bien señala MacCulloch en Silencio. Una historia desde el Cristianismo, cómo Pablo hace ver a los Corintios el profundo misterio de su fe al mostrarse, dice MacCulloch, “impotente ante la agonía de Jesús en la cruz (pero reconociendo) que para quienes siguen el camino cristiano, la potestad del crucificado es más potente en su silencioso sufrimiento que cualquier poder de la vida de este mundo, o incluso en el siguiente”.
Es común que cuando se establece la relación entre lectura y silencio, se señale que no será sino hasta la Edad Media cuando la lectura silente comience a reconocerse de modo incipiente. El episodio es conocido, lo cuenta a detalle San Agustín, y refiere a su sorpresa al mirar leer a Ambrosio, Obispo de Milán.
“Cuando él leía, cuenta san Agustín, “recorrían las páginas los ojos y el corazón profundizaba el sentido, pero la voz y la lengua descansaban. Muchas veces, estando nosotros presentes...le vimos así leer en silencio, y jamás de otra manera”.
Hacia finales de los sesenta, Bernard Knox lanza la hipótesis de que ya en la Grecia Clásica se leía en silencio. Lo sustenta con dos escenas en las que los protagonistas parecen dar a entender, al tener contacto con un texto, que lo han leído sin emitir palabra. Aunque hubiera sido así, es claro que esta práctica de lectura silente no fue generalizada sino hasta después de la invención de la imprenta.
En su ya clásica Historia de la lectura en Occidente, Cavallo y Chartier confirman lo que es de sobra conocido:
En el mundo clásico, en la Edad Media, y hasta los siglos XVI y XVII, le lectura implícita, pero efectiva, de numerosos textos es una oralización, y sus «lectores» son los oyentes de una voz lectora. Al estar esa lectura dirigida al oído tanto como a la vista, el texto juega con formas y fórmulas aptas para someter lo escrito a las exigencias propias del «lucimiento» oral.
Hoy, demás está decirlo, el silencio es una gema escasa y de corta vida. El mundo entero, y las bibliotecas por más que luchan contra esto, se ha tornado en una vociferante arena en la que reina la premisa de que aquello que no sea dicho a gritos (aun escribiendo, para eso están, suponen, las mayúsculas) no existe. ¿Qué hay detrás de todo ese ruido?, se pregunta en Los Monstruos del silencio, la académica y ensayista Johanna Lozoya. El silencio, se responde ella misma.
Presente por ausencia, el silencio es pieza que falta y a la vez visibiliza el mundo del olvido de sí, imantado al estruendo.
Dice Lozoya:
El silencio articula fronteras sociales entre lo permisible y lo prohibido, expresa patologías de la Razón (cuanto más del Orden), alberga los terrores íntimos de una sensación contemporánea bautizada con muchos y extravagantes nombres...del silencio surge (irónica paradoja) el mundo encantado de la modernidad: esa irracionalidad vergonzosa y peligrosa que no logramos entender del todo, y que en gran medida parece escapar de nuestro control”
Sometidos al continum de una experiencia vital que de tan personalizada termina por despersonalizar en un igualamiento que lo anula, el sujeto ruidante mira en el silencio el pálpito, sigo a Lozoya, de una omnipresente sensación de amenaza que no logra ser ubicada o marcada, pero que conforma un estado latente de inestabilidad y de alerta individual y colectiva que visibiliza un habitar colmado de (des)encantos”.
- 2. La ruidosa radio sobre las ruines ruinas ruidosas de la modernidad
La primera transmisión de radio en español fue una proeza con tintes operística. Y no lo digo en su sentido metafórico. Ocurrió el 27 de agosto de 1920 con la transmisión desde la terraza del Teatro Coliseo en Buenos Aires, de la ópera Parsifal.
En México, la primera transmisión que se tiene registrada data de 1921 y ocurre en Monterrey. Un año después, recién creada la Secretaría de Educación Pública, el flamante Secretario Vasconcelos, quien tenía como Secretario Particular, al muy joven por entonces Jaime Torres Bodet, escribe a su amigo el poeta Carlos Pellicer: “Es necesario utilizar medios modernos como la radiotelefonía en nuestra cruzada educativa. Es por ello que solicitaré al presidente Obregón una emisora de radio para la Secretaría de Educación. Se trata de poner en uso una estación que sea poderoso auxiliar pedagógico del maestro… una gran biblioteca hablada”.
El afán de Vasconcelos se cumple, ya no siendo él secretario, al salir al aire Radio Cultura y Educación, el 30 de noviembre de 1924. De esa semilla proviene lo que hoy conocemos como Radio Educación, órgano desconcentrado de la SEP que coordina el CONACULTA.
Cierto que una biblioteca en la que se habla y una biblioteca hablada no son lo mismo. Pero amén de que México cuenta en su haber histórico con la primera radio educativa y cultural pública del mundo, la idea de Vasconcelos, en relación del habla y las bibliotecas, vuelve a poner en el centro el engarce entre silencio, lectura y bibliotecas. Mas, al mismo tiempo, el propósito vasconcelista es temerario para la época y confirma su talante visionario en materia de fundación de institución del Estado.
No pretendo aquí hacer un recuento del trabajo de esta noble institución cultural que ya era, y sigue siendo, Radio Educación. Me interesa, eso sí, señalar brevemente tres esfuerzos en el marco de la sociedad contemporánea, los bienes y consumos culturales y lo que creo que es el nuevo reto mayor de las instituciones culturales del Estado como Radio Educación.
Con modestia, pero también con muchísima seriedad y capacidad de sus profesionales, Radio Educación ha emprendido un proyecto al que denomina Vox Libris y que consiste en producir Audiolibros. Nuestra pequeña colección llega apenas a 25 libros. Son versiones completas, leídas con entonación y ritmo por una voz profesional, y producidos con esmero para solo otorgar algunos descansos, marcar énfasis y puentes entre las partes del libro. Su descarga es gratuita. A la fecha estamos cerca de las 60 mil descargas.
En segundo lugar, comparto con ustedes el avance del portal E-Radio, que es el espacio On demand con que cuenta la emisora. 130 micrositios con programas en versión completa, que sumados rondan las 2 mil horas para descarga, también gratuita, en tanto son bienes culturales públicos que los contribuyentes cubren con sus impuestos.
Finalmente, me refiero al servicio público y gratuito que Radio Educación brinda a más de 70 emisoras públicas, sociales, educativas, comunitarias, culturales de todos los estados de la República e incluso de la Ciudad de México. El año pasado, entregamos sin otra contraprestación que no comercializar los contenidos, más de 10 mil programas. Este año nos hemos propuesto alcanzar la meta de 12 mil programas entregados.
A últimas fechas, y me encamino hacia lo que creo es uno de los mayores retos para una institución como Radio Educación, a últimas fechas, decía, hemos estado participando en proyectos para alentar y ofrecer capacitación, contenidos y acompañar en general, la instalación de lo que comúnmente se llaman “radios por internet”, y que nosotros preferimos llamar: Radios Virtuales Digitales.
Hoy, en el mundo, valga decir entre paréntesis, coexisten sin sobreponerse, tres tipos de producción, programación y emisión radiofónica. La hertziana, que es la que tradicionalmente identificamos como radio: la radio digital terrestre, que en países como Suecia es ya una realidad y que permite mejorar calidad de audio y multiplicar por cuatro donde ahora hay una sola señal; y la radio virtual digital o radios por internet.
¿Por qué tenemos tanto interés en esta última? No sólo porque es la que crece con mayor rapidez y responde a la democratización del uso y apropiación de las tecnologías por parte de la sociedad, sino además porque estamos persuadidos que el mundo digital ha incorporado una nueva responsabilidad a las instituciones de Estado.
En un mundo donde los usuarios son capaces de producir sus propios contenidos, y lo hacen hasta frenéticamente, podríamos decir, frente a una realidad en la que, para hablar de la radio, se instalan cientos de radios virtuales digitales sobre la plataforma de Internet sin necesidad, y que bueno, de pedir permiso a nadie. Cabe preguntarse, es aún válido aquel esquema casi misionero que encarnara tan bien Vasconcelos al mandar a poetas, narradores, actores e intelectuales en sus caravanas culturales y educativas?
Si la sociedad se ha convertido mediante la apropiación tecnológica en la principal productora de contenidos, ¿dónde reside el papel del antiguo casi único proveedor cultural que era el Estado? Revisar el devenir de los paradigmas de la radio cultural pública, puede ayudar a revelar este cuestionamiento. En un primer momento, y aún es así en las radios que cuentan con menores recursos y posibilidades, todo se centraba en producir para transmitir; una segunda estadía lo marca el ingreso de las tecnologías, se puede digitalizar y con ello preservar; el tercer momento, es darle un fin a esa preservación, se preserva para compartir.
Y por último, donde estamos, podría ser resumido bajo la premisa de: visibilizar para entretejer. Es decir, la radio cultural pública como centro de encuentro, una suerte de biblioteca alrededor de cuyo espacio físico, ocurren encuentros, relaciones, se constituyen recuerdos, se hace comunidad.
Se trata de ser capaces de poner en visibilidad contenidos que la propia sociedad produce, de que estos contenidos sean disparados, por decirlo de algún modo, por las plataforma pública, y que otros los puedan encontrar, hacer suyos y, en el mejor de los casos, identificarse y entrar en contacto, de modo directo, esto es importantísimo, con quien produjo, también desde la sociedad esos contenidos: a eso llamamos entretejer.
- 3. Apuntes finales
Voy hacia el final tratando, yo mismo de entretejer las dos partes de esta exposición.
El encuentro entre Louisa y Arthur que narra Munro, nunca hubiera podido suceder, voy a decir una perogrullada, si aquel pequeño pueblo de Ontario no hubiese destinado un edificio a su biblioteca. O dicho de otro modo, si no hubiese habido un edificio que en el sentido literal los albergara, permitiera a sus vidas y su incierto curso, coincidir. Pero además de la arquitectura pública, que es siempre espacio abierto al encuentro, está la arquitectura de las representaciones, de las ideas, del valor social de ciertas espacios y de quienes laboramos en ellos.
El edificio en sí y la carga cultural del que lo dota el usuario, producen que aquello pase de ser un sitio como podría serlo un restaurante o una frutería, a ser un entorno propicio para que esas dos vidas, sin saberlo en ese momento primero, se entrecrucen después.
En el mundo digital, que es el mundo de las narrativas transmedia, aquel donde no nada más los objetos han dejado de ser una sola cosa, sino además en el que oralidad y escritura se tornan en oralitura y donde datos, imágenes, videos, voz, mensajes intervenidos, se mezclan indistinta y vertiginosamente, en ese mundo, una parte central de nuestra tarea como entidades culturales y educativas es tornarnos nosotros mismos en entornos digitales creativos. Es decir, plataformas para el encuentro y la formación, virtual o real, de comunidades.
Me temo, y lo digo con toda la carga, la pesada carga de ser un migrante y no un nativo digital, que el ruido, el mundanal ruido de la mundanidad mundante, será mutante pero no creo que haga mutis. Quiero decir, la ruidad del ruido es parte de las ruinas de lo moderno, y no va a retroceder.
Claro que hay condiciones mínimas de sobrevivencia más allá de lo ensordecedor o el vil estruendo, por supuesto. No estoy llamando a que se rindan y acepten la imposición del ruido en un espacio en el que sin el silencio la palabra (escrita) no se puede escuchar (por dentro).
Lo que digo, para no alargarme más, son dos cosas: Una, incorporémonos con creatividad, seriedad lúdica y sentido de servicio a esta era marcada por narrativas transmedia y altísimos consumos de contenidos sonoros; dos, pensemos el silencio no como la contrapartida del ruido sino como un bien en sí mismo, e intentemos transmitirlo así.
La dicha, dice Pablo d´Ors en un breve y bello libro al que ha llamado Biografía del silencio, la dicha no es ausencia de desdicha, sino conciencia de la misma. del mismo modo, por extrapolación, me atrevo a dejar en el aire la idea de que el silencio no es ausencia de ruido, sino conciencia de él como bien personal, como voz de ese testigo que en el interior de todos habita, para recoger nuevamente palabras de Pablo d´Ors.
Luego de su recorrido histórico desde la iglesia primitiva cristiana hasta nuestros días, y en una línea convergente con la concepción de un silencio que contiene y revela a la voz, las voces, o incluso a la vociferación y el ruido, MacCulloch decide cerrar su libro tomando a préstamo un término del mundo mediático. Los wild-tracks, es decir, aquello que se graba por separado a la toma de la acción, en locación o no, y que se añade después y se sobrepone en la cinta.
“El punto sobre los wild-tracks, dice MacCulloch, es entender que cada silencio es diferente y único. Cada uno está cargado de los murmullos del paisaje que lo circundan, contiene, asimismo, lo que ahí han dejado aquellos que han sido parte de ese paisaje, que han entrado en él y siguen presentes en él, conviviendo con el recuerdo de las conversaciones que en el ir y venir ahí han ocurrido. El silencio no tiene por tanto ningún opuesto, y es la tierra sobre la que se da tanto el sonido como la ausencia de éste”.
“El punto sobre los wild-tracks, dice MacCulloch, es entender que cada silencio es diferente y único. Cada uno está cargado de los murmullos del paisaje que lo circundan, contiene, asimismo, lo que ahí han dejado aquellos que han sido parte de ese paisaje, que han entrado en él y siguen presentes en él, conviviendo con el recuerdo de las conversaciones que en el ir y venir ahí han ocurrido. El silencio no tiene por tanto ningún opuesto, y es la tierra sobre la que se da tanto el sonido como la ausencia de éste”.
Concluyo, ahora sí, con una analogía tomada a préstamo a la inteligencia de Pablo d´Ors, dice, d´Ors: “Cuando estoy caído, el maestro no me levanta, pero me muestra con elegancia que es mucho mejor estar de pie. Y me enseña a reírme de mis resistencias. En sus enseñanzas hay una perfecta combinación entre exigencia e indulgencia, entre humor y gravedad”.
Así en el silencio como en el ruido, así en la biblio como en la radio, sea, pues.
Muchas gracias por su paciencia.
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